José María Prieto (Sevilla, 1934-2021), era hijo de un catedrático de Bellas Artes que sobresalió como pintor. Prieto Soler fue catedrático de instituto, ejerciendo la docencia en Málaga, Ronda y Sevilla.
Posteriormente, en el año 1971, se integró definitivamente en la Universidad Hispalense. Por muchos años fue director del Instituto de Ciencias de la Educación y formó parte desde su creación de la Facultad de Filosofía.
José María Prieto fue durante bastantes años Director del Patronato Militar de Ronda, el centro de enseñanza donde Cristóbal fue a dar clases de Dibujo cuando se fue de Sevilla. Desde entonces se comenzó a labrar entre ambos una profunda amistad y admiración mutua.
(I) El encuentro (1964)
Era muy joven cuando llegó por primera vez a Ronda, a mediados de 1964. Vino a verme para ofrecerse como profesor de dibujo del Centro de Patronato que yo dirigía desde hacía un año. Tal vez el pintor Manolo Álvarez Fijo me había hablado de él. Llegó de Sevilla; conforme se aproximaba, desde el Cupí y el Peñon de Mures, se le fue apareciendo el feérico espectáculo de la ciudad soñada, heroica, suspendida entre la tierra y el cielo, en perenne transformación: su ciudad para siempre.
Era espigado, callado, pero muy amable y atento. Intuí en su mirada su pertenencia decidida al ideal del impulso, apoyo y progreso de la libertad y del arte. Empezó su actividad docente con gran competencia y dedicación, concentrado siempre en lo que hacía y a disposición de los estudiantes y de los compañeros.
El Centro Oficial del Patronato Militar era una institución docente auspiciada por los Ministerios de Educación y de Defensa. Ocupaba un antiguo hospital antituberculoso frente al que unas modernas aulas hacían contraste. Estaba situado a las afueras de la ciudad en el camino hacia El Puerto del Viento y El Burgo. Unos alumnos vivían en el Internado, otros venían en un autobús. Algunos profesores vivíamos en el gran edificio, otros se trasladaban desde sus casas. Cristóbal vivía en una de las casas para profesores que había saliendo de Ronda; me parece que ahora esa calle se llama Avenida de Málaga. Cuando al atardecer Cristóbal regresaba, veía un día y otro el prodigio de la silueta de la Serranía que cerraba el paisaje, el cielo inmenso oscureciéndose y la línea majestuosa de los montes, la Sierra de Grazalema, el Pico de San Cristóbal, Sierra Bermeja, Sierra de las Nieves. Estábamos envueltos en el aire y la luminosidad de la Serranía. En una de sus acuarelas (31 de marzo de 1965), que tengo conmigo, está expresada esa emoción, esa conmoción.
Ahora todo ha cambiado mucho. Es natural. También es natural la añoranza y la nostalgia. La ciudad se ha expandido, dispersado. Nuestro mundo permanece. También aquel ambiente bullicioso de las mañanas en que la gente de los alrededores, de los cortijos y caseríos, subían en bestias a vender o a comprar, en contraste con las tardes silenciosas y tranquilas con menos viandantes, el ritmo propio de una capital de comarca, tan humano y entrañable. A Cristóbal ese ambiente le debía resultar familiar, porque él había pasado la infancia y parte de su juventud en Morón de la Frontera. Todavía en 1969 me envió por correo uno de sus grabados, rostro de campesino con boina, desde Perulejo 71, Morón.
Me parece que Cristóbal lo pasó bien durante los años que estuvo en el Centro de Patronato, al menos en el tiempo que yo fui director. Se conserva una fotografía suya, que envió a su familia, nada más llegar a su nueva ciudad.
Mi padre era pintor, y también tenía que dar clases en la Escuela de Magisterio y el Instituto Columela, de Cádiz. Yo sabía lo que significaba ser pintor y tener que ser también profesor. Entendía la situación de Cristóbal y le apoyaba en todo lo que podía. Tenía una especial sintonía con él.
Aunque mi padre me enseñó a dibujar y algo de óleo, me incliné por la filosofía. En la Complutense tuve alguna relación con el catedrático de Metafísica, Ángel González Álvarez, aunque no compartía su orientación filosófica. A ese profesor le nombraron Director general de Enseñanzas Medias. Yo estaba desde 1959 como catedrático de filosofía en el Instituto Vicente Espinel, de Málaga, Y él me propuso irme a Ronda a organizar ese Centro de Patronato. Una de las razones que me decidieron fue mi fascinación por Rilke. Desde 1953 yo leía a este poeta; lo leía con mi amigo y compañero de estudios en Madrid, Rafael Osuna, poeta de Córdoba. Leíamos los Requiems y las Elegías de Duino, en la excelente traducción (1946) de Gonzalo Torrente Ballester (más bien la traducción es de Mechthild von Hesse Podewils). Sabía de la significación de los meses que entre 1912 y 1913 había pasado Rilke en el Hotel Reina Victoria – que tan admirablemente ha descrito Carmen Rivas en su reciente libro Viaje al Sur. Rilke en Ronda – y me conmovía ir a la ciudad que tanto le había impresionado y afectado. Pensaba que en Ronda habría algún interés por este acontecimiento; pude comprobar que entonces casi nadie lo conocía.
Tuve mucha suerte, mi bisoñez quedaba disimulada por la enorme calidad humana y profesional de los profesores que se fueron incorporando, algunos eran rondeños (Mercedes Huesa, Ramón Corrales. Pedro Aguayo, Pepe Medina, Pepe Herrera, José Miranda, Lope, Vicente Bolós, Manuel Martín Rivero, Valeriano Ruiz I y II, Salvador Mairena), otros éramos de Sevilla y de por ahí (Manolo Sánchez Mantero, Paco Raya, Pepe Franquelo, Julia Rodríguez, Avelina, Maria Galiana, Rafael González Sandino), más algunos otros compañeros, que hicieron de aquella época un tiempo entrañable e inolvidable para Cristóbal y para quien escribe estas páginas.
Yo no tenía aún muy clara la idea de qué era educación y para qué. Me guiaba más bien por el sentido común, el respeto a los demás y a su libertad. Después he caído en la cuenta de que la educación o es humanística o no lo es, que se trata de ayudar a sacar el mejor ser sí mismo, a ser libre, por sí mismo, por el camino de la no directividad. En una entrevista de 2002 Cristóbal manifestó que su interés por la política era un medio para lograr justicia y libertad. Su actividad docente durante aquellos años debió estar orientada en esa dirección.
Y junto a esos desvelos, su gran preocupación hasta el final era el arte. Nada más llegar empezó a pintar, continua, compulsivamente. Se le podrían aplicar extrapolándolas las frases iniciales de La canción de amor y muerte del alferez Christoph Rilke: Pintar, pintar, pintar, a través del día, a través de la noche, a través del día. La inextinguible pasión por la pintura.
A los pocos meses de llegar a Ronda, a mediados de 1965, presentó su primera exposición individual en un gran salón del Patronato: pinturas, acuarelas, algunos grabados. Ya estaba su estilo personal, su asombro ante la naturaleza y su pasión por el hombre oprimido. Llamó profundamente la atención.
Y continuó pintando y pintando, sin tregua, sin descanso. Llenaba todo de pintura. Algunas veces iba a su casa. Ya se había casado en 1965 con María Aguilar. La casa era sencilla, los muebles rústicos, naturales, populares, las mesas de madera clara, las sillas de enea, las esteras de esparto, los inconfundibles olores a aceite de linaza, trementina o aguarrás. Se respiraba un atrayente aire de austeridad y autenticidad, que expresaba la personalidad de María y Cristóbal. Y por todas partes, cuadros y materiales de pintura. Los miraba con admiración y entusiasmo, me los hubiera llevado todos, porque todos me producían una gran impresión, todos eran encantadores, todos tenían una sorpresa, una novedad, la plasmación de la mirada poética del pintor.
Ese ambiente me recordaba la austeridad y la simplicidad de Manuel de Falla y de la casa de su hermano Germán, en San Fernando (Cádiz), a quien mi padre y yo íbamos de visita. Muebles artesanales, esteras de enea, máxima sencillez, y en medio de esa simplicidad de recursos, el piano donde se había compuesto El amor brujo.
(II) Los pequeños dibujos
Durante años y en diversas ocasiones no dejó de enviarme pequeños dibujos o grabados, además del Retrato de Antonio Machado (1966, 16/20), grabado en madera tallada al hilo, con versos de Machado y del poeta Pedro Pérez-Clotet en diálogo.
Aquellos pequeños dibujos, algunos grabados, eran como mensajes de presencia, afecto y amistad. No son obras menores, porque él ponía la misma intensidad en lo grande como en lo pequeño, todo estaba trabajado al máximo y tocado por la misma gracia. Se pueden seguir los cambios en su estilo, en sus intuiciones, vivencias y preocupaciones.
En 1965 envió desde Morón a Pilar, mi esposa, un delicado dibujo de una rama de jazmín, ya sin flores, solamente una a punto de caer. En 1967, el catálogo de una exposición en Cuevas del Becerro, una pequeña localidad a unos 20 km al norte de Ronda, “Cristóbal, del grupo Estampa Popular”, presentaba grabados y pinturas; el pequeño catálogo reproducía una xilografía de gran fuerza expresiva, que representaba un campesino bebiendo de un gran cántaro, acompañada de frases de Beethoven, van Gogh, Romain Rolland y Antonio Machado, referidas a la libertad, la verdad, el corazón , como alegatos a la juventud a ir a la aventura y a los riesgos de la vida.
También en 1967, recibí un dibujo a pluma de un pueblo dentro del campo, descrito con exacta precisión. Morón 1969: sobre cartulina negra las líneas blancas dibujan el rostro de un campesino envejecido por el trabajo y el dolor. 1970: una sucinta xilografía de un simplificado rostro de Ho Chi Minh. Una hermosa xilografía de la cabeza de Pío Baroja. “Para José Maria, su mujer y niños, mucha salud en 1972” y un pequeño grabado de cabeza de mujer. Al año siguiente, es un hombre de espaldas con sombrero. Y en 1975, de nuevo una alusión a Vietnam, una figura oriental remando en una barca: “Unámonos por la paz en Vietnam”, escrito con caracteres orientalizantes.
En 1992 y siguientes me invita a la XIV y XVI Entrega de los Cuadernos de Roldan en Ronda y en Sevilla, que vienen con un hermoso dibujo de la calle que conduce al Puente Nuevo, de Ronda, con la Plaza de Toros a la derecha, que se hace fácilmente reconocible, y otros con los alrededores del Puente de Triana y unos arabescos, amén de citas de Luis Cernuda. El retrato de Paco Garrido es de 2008 y capta su aire melancólico y ya un tanto ausente de ese distinguido rondeño. Ese mismo año me envía un precioso dibujo ovalado a color de la torre de Santa María la Mayor, y al reverso un dibujo a línea de una flor, pura poesía y sensibilidad.
Sorpresivamente a finales de 2019, recibo su último dibujo con su frase habitual: “Para José María Prieto y familia, deseándoles Salud para 2020. Cristóbal” y un dibujo interpretación del diálogo madre-hijo del cuadro de Murillo “Santo Tomás de Villanueva repartiendo limosna”. Era como la despedida final. Me la enviaba su hijo Luis.
(III) Nicomedes y Cristóbal
Se conocieron en Sevilla en1955 en la Escuela Superior de Bellas Artes “Santa Isabel de Hungría”. Desde entonces fueron muy amigos, se entendían y consideraban muy bien. Juntos fueron a Segovia en 1958 al Curso de Pintores Pensionados Paisajistas, que desde 1919 se realizaba en la Residencia del Monasterio de El Paular (Rascafría), pero que a partir de 1950 tenía lugar en el Palacio de Quintanar, de Segovia.
El origen de esos cursos se remonta a 1845, cuando profesores de la Escuela Superior de San Fernando, de Madrid, se trasladaban a la Sierra de Guadarrama con sus alumnos de Paisaje, tradición que se mantiene hasta ahora. A esa convocatoria acudían los alumnos más destacados de las escuelas de bellas artes españolas y más tarde extranjeras. Seguramente, debía ser una de las primeras veces que ellos dos salían de Sevilla y establecían contacto con artistas de otros ambientes. En esas semanas segovianas debieron forjar proyectos e intercambiar impresiones e ideas.
Entonces ya Cristóbal tiene vinculación con el grupo Estampa Popular, formado en 1950, de donde surge en 1960 el Grupo Sevilla de Grabadores, y dos años después, en 1962, Estampa Popular de Sevilla, en el que figura Nicomedes. Impulsa a Cristóbal su autenticidad radical, el alejamiento del mercantilismo artístico, la aproximación del arte al pueblo, la lucha contra la opresión, la conquista de la libertad y la justicia.
Nicomedes debió quedar fascinado cuando supo en 1964 que Cristóbal se había establecido en Ronda. Cristóbal hizo todo lo que pudo por vincularlo también a esta ciudad. La ocasión más favorable la encontró cuando yo, con Paco Garrido, empecé a hacer gestiones para organizar un homenaje a Rilke en 1966 con ocasión del 40 Aniversario de la muerte del poeta (1875-1926). Una de las ideas era situar una estatua suya, a ser posible en el Hotel Reina Victoria. Cristóbal, una y otra vez, me hablaba –con su habitual delicadeza- de un escultor abulense, de El Tiemblo, que vivía en Sevilla y que consideraba que sería el más adecuado para hacer esa figura. Nicomedes ya había presentado en 1962 una exposición en el Club La Rábida, de Sevilla, y había participado en otra de Estampa Popular en la Facultad de Derecho, de Sevilla (1964). Tuve algunas dificultades para que fuera aceptada mi propuesta, ya que los financiadores del Homenaje tenían otro candidato. Por suerte, fue elegido Nicomedes. Desde ese momento se puso a trabajar. Algunas personas y yo le facilitamos documentación y fotografías, y pronto esbozó la maqueta de la escultura. Nicomedes tenía una gran visión artística, enseguida veía la obra, y concibió una figura con el rostro altivo en actitud de asombro ante la naturaleza, con un cierto ademán de ir hacia adelante al encuentro del misterio que rodea. Cristóbal sirvió de modelo en algún momento, pero también quiso –en su deseo de exactitud- que posara un poeta. El mismo Nicomedes eligió el emplazamiento exacto de la escultura al borde de los jardines del Hotel, y realizó la cerámica de la calle próxima dedicada al poeta. Ahí han quedado detenidas estas imágenes para siempre como una llamada y recordatorio a la contemplación poética del mundo, a una permanente incitación hacia las profundidades enigmáticas del hombre y de la naturaleza.
Con posterioridad, Nicomedes dejó su huella en otros lugares de la ciudad: el Busto del Cardenal Herrera Oria, el Retrato en relieve de Joaquín Peinado, Rostro y gesto de Picasso (en la Alameda), Figuras del Niño de la Palma y de Antonio Ordoñez (1981), Busto de Juan de Borbón (1996), Composición monumental “Hércules y los leones” (2002).
De esta manera, el recuerdo de ambos artistas y amigos queda en perenne hermandad en las plazas, calles y rincones de la ciudad que tanto amaban. Hay un dibujo de Nicomedes de toda Ronda sostenida sobre el gran macizo y el vacio, y algunos versos desconstruídos de La trilogía española vuelan entre cielo y tierra como surgiendo del mismo paisaje que los originó: de este serrijón alto que la noche posee el viento de la noche por un tiempo (y de mi) de mi y de todo esto para hacer una cosa solamente del río en el abismo del tajo de los desconocidos ancianos del asilo que tosen importantes en sus camas.
En 2017 Cristóbal hizo un precioso y expresivo dibujo-retrato de él. Captó su expresión sonriente e irónica, y a la vez su mirada profunda y melancólica de artista. Era un tributo de admiración y de afecto.
Es como una tardía respuesta a aquel busto que Nicomedes había hecho de un Cristóbal, muy joven, con aspecto de pueblo, muchos años atrás al comienzo de sus itinerarios: aquel en su final, este en su principio, ambos unidos en la intemporalidad de la belleza.
(IV) El poetizar y el compromiso
Poetizar es la acción que lleva a una expresión en plenitud. La acción poética lleva a plenitud lo que en el orden empírico se da de una manera limitada, insuficiente. Está presente tanto en la creación literaria como en la ejecución material: la poesía literaria, la poesía pictórica, la poesía escultórica, arquitectónica, musical, etc. Así es cómo se concibe una serie de actos poéticos, en el sentido griego de poiesis, una de las actitudes radicales y trascendentales del hombre. El hacer fuerte, hondamente, la acción que lleva hasta la plenitud, hasta el pleno expresar y ser, que origina creadoramente lo que se está haciendo, que lleva a la plenitud de ser, a la más honda existencia. Tan densa entidad confiere el poetizar a los productos que a través de los instrumentos a la mano origina que lo individual y sensible, aún manteniéndose, adquiera la condición de existencia cuasi-real y más todavía de universalidad. Cualquier acto poético, si realmente lo es, expresa en plenitud universal, vale para siempre, es permanente, casi eterno, transforma aquello que se ha presentado empíricamente, de manera distorsionada, caduca, parcial, local. Las construcciones poéticas existen y no existen. No existen empíricamente, existen ontológicamente, en su más profundo ser. Existen universalmente; todas las cosas, todos los hombres están expresados en su más verdadero y potente ser y consistir. No se trata de un universal abstracto, alcanzado por eliminación de especificaciones y peculiaridades, sino todo lo contrario, un universal concreto, que se constituye por la total acentuación de lo más propio e individual, de lo más esencial y único.
Esta ocupación, a la que están convocados los poetas y artistas, fue descrita por Hölderlin como “la más inocente de todas”. Heidegger la interpretó como juego, algo inocuo e inoperante, un juego en palabras, en líneas, en colores, el mero balbuceo o lenguaje que intenta expresar. Pero el lenguaje, también dice Hölderlin, es “el más peligroso de los bienes […] para que atestigüe lo que es: […] haber heredado , haber aprendido…lo más divino…el amor que todo lo sustenta”. Atestiguar lo que es el hombre, continúa Heidegger, es lo que constituye su propia existencia, esto es, su pertenencia a la tierra, a todas las cosas, que están en contradicción; separar y reunirlas es la intimidad. Desde ella se crea un mundo y su aparición, cuanto su destrucción y hundimiento. El lenguaje, cualquier diálogo comunicativo, cualquier instrumento, hace “patente en la obra al ser como tal y custodiarlo”, y constituye mundo, “sólo donde hay lenguaje hay mundo, esto es: la órbita siempre transformada de decisión y trabajo, de acción y responsabilidad”. El lenguaje tiene lugar en la conversación, de hecho en la única conversación. El lenguaje radical es el lenguaje poético, que es fundación del ser, de lo que permanece por la palabra o por el arte. Poetizar es la prístina apertura al ser, que abre el posterior hablar arbitrario y cotidiano., anclada y vinculada a la voz del pueblo. Así, dice Hölderlin, “poéticamente habita el hombre en esta tierra”.
Cuando leemos el Requiem A una amiga (Para la pintora Paula Modersohn-Becker, muerta de parto), de Rilke, resuenan estas invocaciones:
Y al fin te veías a ti misma como una fruta,
te sacabas de tus vestidos, te llevabas
ante el espejo y toda tú te dejabas caer en él,
menos tu mirada; ésta se quedaba, enorme, frente a él
y no decía: Esto soy yo; no, decía: Esto es.
Tan sin curiosidad era por fin tu mirada;
y tan sin posesión, de tan verdadera pobreza,
que ni siquiera a ti te deseaba: santa.
Pues esa es la exigencia de la transformación del mundo cotidiano al mundo del arte, la transformación de lo visible en lo invisible. Esa es la exigencia que cumplió Cristóbal a lo largo de su vida, sin descanso, sin parar hasta la postrera pincelada casi sin aliento y sin desaliento, la pasión de pintar, sin límite. Es el desasimiento de la mirada, el desprendimiento de lo superfluo hacia la búsqueda de lo esencial, de lo prístino, hacia la configuración de un mundo nuevo. Sólo a través del compromiso con la belleza y con el hombre es posible. Es el trabajo, la gran tarea del artista.
La realización de ese destino es ardua y arriesgada. Rilke lo señaló en el antes mencionado poema:
Porque en algún lugar hay una vieja enemistad
entre la vida y la gran tarea.
Es la tensión que sobrellevó Cristóbal para ir desplegando su obra a lo largo de su vida. Porque su poetizar estaba enraizado en el hombre de hoy, en su opresión, en la lucha por su liberación. Alguien dijo que era un romántico de la resistencia. Por eso se alejó del mercantilismo burgués del arte y se acercó al arte al servicio de la lucha de clases, al servicio de los oprimidos. Hablando en 2016 en el Museo Reina Sofía, de Madrid, él lo expresó clara y brevemente: su intento era pasar de la belleza de la expresión a la fuerza de la expresión. Toda su vitalidad artística giraba en torno a esa fuerza que mueve el mundo: el sueño de la belleza y de la libertad. Nos transmitió imágenes de la dureza de la vida, rostros consumidos por el trabajo alienante e inhumano, paisajes de soledad. Y al final, todo fue belleza, todo fue arte: horas y horas plasmando las formas exactas y los hermosos colores de los jardines y rincones de Ronda, de una forma minuciosa, sin restar ningún detalle de esplendor al virtuosismo de la naturaleza. “Era un poeta y odiaba lo impreciso”, Rilke. Me recuerda también lo que Miró decía en 1923 sobre sí mismo: “Lo que me interesa sobre todo es la caligrafía de un árbol o de las tejas de un tejado, hoja por hoja, rama por rama, brizna de hierba por brizna de hierba”.
Sólo fue posible por la paciencia y la renuncia, por el trabajo y el amor (“Ser artista es no calcular; madurar como un árbol […]. Lo aprendo diariamente; lo aprendo en medio de dolores a los cuales estoy agradecido: Paciencia es todo” (Rilke, Cartas a un joven poeta, III). Sobre todo por el amor, como dice Rilke ante la pintura de Cezanne: “Así, sin dejar resto, el amor se consume en el acto de pintar . Esta consumación del amor en trabajo anónimo, de lo que nacen cosas tan puras, quizá nadie lo ha logrado aún tanto como…” (Cartas sobre Cezanne, 13 octubre 1907). “Mi trabajo es amor. […], el trabajo es ya, en sí, un amor tan infinitamente mayor al que el individuo puede mover de una vez. Todo él es amor” (El testamento, 36 y 44). Este trabajo de amor es el que produce felicidad, satisfacción, emoción.
Ese intento radical de poetizar es el reto de captar lo universal e invisible en lo concreto y visible. En expresión de Rilke, “el arte es la pasión de la totalidad. Su resultado: serenidad y equilibrio de lo numéricamente completo” (op. cit., 27).
En Cristóbal se cumplen esas mismas reflexiones, porque estuvo toda su vida haciendo un trabajo, como un laborioso y ensimismado artesano popular, con suma paciencia y delicadeza, su trabajo de reflejar con amor la belleza del hombre y la naturaleza, su ideal de transformación del mundo y de la injusta sociedad, renunciando a lo inesencial. Hacer un mundo, el mundo de un artista comprometido.
Las palabras que Rilke dedicó a otro artista también le pertenecen: “Alguna vez se reconocerá aquello que hizo tan grande a este artista: el hecho de haber sido un trabajador que sólo anhelaba sumergirse totalmente, con todas sus fuerzas, en el ser duro y humilde de sus instrumentos de trabajo. Eso implicaba una especie de renuncia a la vida; pero justamente con esa paciencia ganó la vida, porque a sus instrumentos llegó el mundo” (Rodin, 98).
Aquel joven artista que en 1964 pisaba por primera vez Ronda ha dejado, como un meteorito – hacer la cosa que sea la suma de todo, en expresión rilkeana -, la huella, luminosa y fugaz de su paso, su mirada sobre la serranía, la marca de la voz del pueblo –aquel Bar Valencia, de la calle Naranja-, la conexión con la tierra y sus hombres, los óleos, las acuarelas, los grabados, las cerámicas: él mismo.
José María Prieto Soler.
Profesor Emérito de la Universidad de Sevilla (Año 2020)
Nota: José María Prieto Soler falleció en Sevilla en marzo de 2021, poco tiempo antes de que viera a la luz este artículo suyo en el número monográfico dedicado a Cristóbal de la Revista Memorias de Ronda, publicada en mayo de ese mismo año. Sirva esta entrada como un humilde homenaje a la figura de un hombre bueno, en el sentido machadiano de la expresión.
4 comentarios en «COMO UN METEORITO. Los primeros años en Ronda. Por José María Prieto Soler»
Luis impresionante enhorabuena. Un abrazo
Muchas gracias Pepe. Seguiremos aportando opiniones y vivencias que nos acerquen a la vida y obra de Cristóbal. Un abrazo
Este artículo retrata fielmente la vida de artistas tan alejados y coetáneos a la vez.
Ellos se fueron, pero su recuerdos y su obra permanecerán en el tiempo.
Es la suerte que tienen los artistas, que su obra hace que su su paso por este mundo se alargue en el tiempo.