En el sexto aniversario de la partida de Cristóbal, traemos aquí el artículo de Fernando Sancho publicado en la revista Memorias de Ronda que se publicó en 2021 en homenaje al artista.
Fernando Sancho Royo ha sido profesor de Ecología de la Universidad de Sevilla, aunque en la actualidad ya se encuentra felizmente jubilado. Durante su larga vida como profesor en la Facultad de Biología, impartió clases de Ecología Aplicada, siendo los estudios sobre el paisaje y la ordenación del territorio una de sus especialidades, heredada en parte del magisterio de su admirado y querido Fernando González Bernáldez, del cual fue discípulo en esa misma facultad.
Entre sus alumnos, siempre llamó la atención la maestría de sus clases y esos amplios conocimientos e inquietudes de todo tipo, al más puro estilo de hombre del Renacimiento, cultivado en un amplio abanico de saberes, que con pasión sabía trasmitir, a la vez que inculcar ese espíritu crítico tan necesario entre la juventud universitaria.
Conocí a Cristóbal a través de su hijo Luis. En una conversación con mis alumnos de Ecología Aplicada, yo defendía la posibilidad de comprender la complejidad de nuestro mundo no solo por la vía científica de la razón; defendía la existencia de otro modo tan válido – a veces incluso más potente – cual es la vía de la emoción. Supongo que para unos jóvenes a punto de licenciarse este mensaje “acientífico” tenía que ser, además de provocador, inquietante.

Pero lo decía entonces profundamente convencido y el tiempo transcurrido, antes de debilitar esa convicción, la ha acentuado. El mero conocimiento intelectual no basta, hay que interiorizarlo y asumirlo para que ilumine nuestros actos allí donde sea posible.

Al hilo de estas reflexiones tan poco ortodoxas para un profesor de una facultad de ciencias -entonces en la Universidad había lugar para estas disquisiciones-, surgió mi interés por asociarme a un grupo de personas que, bajo el nombre de Cuadernos de Roldán, se dedicaban a la poesía, a la pintura y a conversar amigablemente delante de una copa de vino. Desconocía la llave de entrada a tan apetitosa cofradía y, para mi sorpresa, uno de los alumnos me ofreció sus buenos oficios para lograrlo.

Poco tiempo después, y una vez logrado mi objetivo, me enteré de que la verdadera llave no había sido otra que Cristóbal, padre de Luis y cofundador de Cuadernos de Roldán. Cristóbal vivió en Ronda, donde había fijado sus raíces y sus amistades, empujado por los avatares de la vida, y tras su jubilación volvió a esa bella ciudad. Cuadernos se gestó en Sevilla, pero Cristóbal, hombre recio y de ideas, permaneció fiel a su nueva tierra de acogida, donde desarrollaría su última y prolongada etapa vital.

Por entonces Cristóbal me señaló una de esas improbables coincidencias con las que a veces nos sorprende la vida. Él, me dijo, había sido alumno de mi padre, del que guardaba un buen recuerdo, a pesar de la distancia sideral que los separaba ideológicamente, y ahora su hijo Luis lo era mío. He de confesar que en este segundo eslabón de la cadena esa diferencia ideológica se ha reducido hasta la nada. En todo caso, esta peripecia vital me predispuso y facilitó mi aproximación a su persona.

Con el tiempo encontramos más lazos comunes, como la admiración por el pintor Pérez Aguilera, que había sido maestro suyo y del que yo acababa de adquirir una obra; el sentimiento por la música y, muy especialmente, por el flamenco; una cierta manera de estar en la vida procurando no molestar más de lo estrictamente necesario. Todo ello se tradujo en mi incorporación al selecto grupo de sus conocidos, que, con regularidad germana, recibíamos las navidades una felicitación en forma de un delicado dibujo, que tanto decía de su personalidad y de su sensibilidad.

Años más tarde tuve la ocasión de asistir a la concesión a Cristóbal del título de Hijo Adoptivo de la Ciudad de Ronda, en justa reciprocidad a la presencia constante, a primeras horas del día, de un pintor empeñado en atrapar lo inasible, la primera luz de la mañana. A la luz, a captar su vibración, le dedicó parte del discurso de aceptación, en un esfuerzo imposible de trasladar a la palabra lo que tan justamente ensayaba día a día en el lienzo.

Con la obra de Cristóbal se da una circunstancia especial, propia de los grandes artistas, sobre su decidido empeño de representar la realidad: siempre pintaba del natural, sobrevolando otra realidad más etérea, pero no menos evidente, cual es su personalidad. Los óleos de paisajes, que tan abundantemente reflejó, traslucen una mirada ensoñadora en la que la delicadeza y sensibilidad de su espíritu campan libres, enseñoreando su universo personal.

En su persona se hace evidente aquello que comentaba al inicio de estas letras: su obra demuestra que alcanzó un conocimiento tanto o más profundo de la naturaleza que el de los que tenemos que recurrir, a falta de esa capacidad, a la ciencia para alcanzar ese objetivo.

6 comentarios en «CRISTÓBAL O LA PINTURA DE LA EMOCIÓN. Por Fernando Sancho Royo»
No lo leí en su momento pero lo he disfrutado ahora. Garcias a Fernando por su escrito, sentido, cercano y certero y a Cristóbal por transmitirnos eso que el paisaje nos dice sin palabras.
Cristóbal, era un gran artista y una gran persona. Luchador Antifranquista en tiempos difíciles.
Pues si, Mili, así era, un artista comprometido. Siempre dispuesto a colaborar con cualquier causa de justicia, solidaridad y por supuesto, artística. Saludos
Maravilloso articulo
Gracias, Pepe. Siempre atento. Un abrazo
Felicidades Fernando por el gran artículo sobre Cristóbal, que buenos ratos pasamos con él. Gracias.